Este artículo fue escrito por Elisa Alonso Granados, hija de Manuel Alonso Zapata, para la Revista Pedagógica de Acción Educativa Nº 120, en enero de 2007. En él Elisa señala que «Terminó su vida profesional el 5 de agosto de 1936», aunque pasados unos años compartió con algunas personas del patronato de la Fundación Ángel Llorca que el día 16 de julio de 1936 marchó a veranear con su familia a Ávila donde, al producirse la sublevación militar, fue encarcelado el 23 de julio y fusilado el 5 de agosto de agosto junto al cementerio, donde ahora descansa junto a uno de sus compañeros también fusilado, tal y como figuraba en la placa del salón de actos del CC Nicolás Salmerón que hasta 13 de diciembre de 2023 llevaba su nombre.

Manuel Alonso Zapata (1893-1936)

Nació en Yegen (Granada), donde su padre era Maestro.

Estudió Magisterio en la Escuela Normal de Granada. Ejerció en tres escuelas rurales de esta provincia: Bubión, Sorliván y Pulianas.

Después de hacer oposiciones restringidas, en 1919 marchó a Madrid.

Con un grupo de maestros participó en la realización de la experiencia pedagógica del Grupo Escolar Cervantes, dirigida por don Ángel Llorca, que tenía la misión de llevar a la Escuela Pública la línea de la Institución Libre de Enseñanza y todo el movimiento de la Escuela Nueva.

En 1930 publicó el libro La escuela unitaria, conocía muy bien la problemática de la escuela y del maestro rural y luchó toda su vida desde la política y el Sindicato FETE–UGT por su mejora.

En 1933 obtuvo plaza en las oposiciones de Direcciones de Grupos Escolares y fue nombrado director del Grupo Escolar Nicolás Salmerón de Madrid.

Terminó su vida profesional el 5 de agosto de 1936.

Disciplina

Gobierno de esta escuela unitaria

Apenas sí habrá un manual de Pedagogía donde no aparezca un capítulo encabezado con la palabra «disciplina». También aquí ha de tratarse este extremo.

La vida en grupo, el orden y disposición de las cosas, la misma reglamentación del trabajo, exigen adoptar normas de conducta. Es un principio educativo sujetar los impulsos y someter la propia libertad para que no roce la libertad de los demás.

Para reglamentar y dar a nuestra escuela un ritmo de vida y trabajo, ténganse en cuenta algunos principios, que serán la base y fundamento de sus leyes.

La sociedad escolar está formada por niños de los que, por no serlo, no puede esperarse que vivan como los hombres. El período de la vida humana en que se encuentran tiene modalidades que no podemos olvidar nunca. Si pretendemos que procedan de modo contrario a su naturaleza, haremos hipócritas, perdiéndose con ello la cualidad que más necesaria nos es en la escuela, la sinceridad.

La voluntad despótica del maestro no puede ser la que en todos los momentos defina e interprete el modo de hacer o no hacer.

El maestro, con intervención de los niños, hará la ley o reglamento de la escuela, sencillo, de pocos preceptos, y sin olvidar que ha de ser posible su cumplimiento. La desmoralización completa de la escuela puede venir de ordenar lo que no es posible que sea obedecido.

Existiendo un orden o modo de vivir conocido por todos, necesario a la escuela, en él ha de perderse las individualidades, el maestro y los niños están subordinados a las exigencias de vida y trabajo de la pequeña sociedad que constituyen.

La personalidad de unos y otros existe y se manifiesta dentro de la unidad de la escuela, que las engloba; su actividad, como partes, no puede dificultar la del todo en que está comprendida.

De ningún modo quiere significarse que habrá coacción para el desarrollo de una intensa vida individual. Será esta posible y rica en matices respetando las exigencias de la comunidad.

Encargado el maestro, en primer lugar, de mantener el ritmo regular de vida de la escuela, tiene que comenzar por someterse estrictamente a él, por ser el primero que lo acate. La indisciplina del maestro traerá como inmediata consecuencia la de la escuela.

No hay premios. Cada uno sabe que vive en la escuela sujeto a las exigencias de la colectividad.

Ni se le piden actos que lo hagan acreedor a recompensa, ni sería lógico premiar lo que hace por darse satisfacción a sí mismo y seguir sus inclinaciones.

Castigos tampoco, en el verdadero sentido de la palabra; al que no juega correctamente, se le prohíbe jugar; el que molesta o impide la actividad de los demás, se le aparta y se le hace vivir solo.

Las cosas tienen un uso natural. Si un niño llega al abuso, se le prohibirá usarlas hasta que pruebe que puede hacerlo.

Las faltas graves, si llegaran a comentarse, se juzgarán por los mismos niños, para condenarlas, y como extremo, podría llegar el caso de prohibirle a un niño durante dos o tres días asistir a la escuela.

No hay que decir que nuestra escuela no puede parecerse en nada a la clásica escuela del silencio y la quietud. Teniendo por normas no molestar, no perturbar a los demás, manteniéndose en el tono impuesto por estas reglas, los niños hablan y se mueven en libertad.

Hay una gran variedad de pequeños quehaceres en la escuela: cuidar las plantas que la decoran, dejar debidamente colocados los útiles que se han empleado en un trabajo, alimentar y limpiar los animales que en ella vivan…, que por necesidad material de personas que lo desempeñen, y por el valor educativo que tiene el que los niños se acostumbren al orden y limpieza, a poner en lo colectivo asiduos cuidados, a obligarse ante los demás, y tener responsabilidad de su obligación, a interesarse por el detalle, por lo pequeño, asignándole el valor que tiene en la vida, y a ennoblecer ésta, deben ser de la incumbencia de los niños.

Ellos designarán al comenzar el curso a los que van a tener a su cargo cada uno de los trabajos escolares necesarios a la colectividad y que pueden ser desempeñados por niños. Ellos se acostumbrarán a pedir cuenta al que hayan comisionado para una determinada función de cómo la cumple; al mismo tiempo se reconocerá autoridad al que, por delegación, la ostente.

Sería imposible designar una por una todas las funciones que habrán de quedar confiadas a los niños; depende su número de las necesidades de cada escuela y de cada localidad.

El mismo trabajo escolar, en colaboración, exige que en un día determinado un niño proporcione a los demás datos: precios del mercado, artículos de periódicos o revistas, que, pudiendo hacerlas todos, sean uno o más los especialmente encargados de las observaciones meteorológicas para anotarlas y archivar las notas a disposición de quien las necesite.

Un niño guarda y cuida todos los útiles de juegos y deportes, es responsable de su conservación y estado, y a él habrán de recurrir los que deseen jugar.

Servir los libros, llevar nota de las entradas y salidas, si la hay circulante, en una palabra, cuidar de la biblioteca, es otro de los quehaceres escolares total o parcialmente entregados a los niños.

Como aspiración se mantiene el que la escuela llegue a gobernarse a sí misma.

La discreción del maestro le marcará el límite de la autonomía que haya de conceder a los niños.

De ningún modo se pretende dar a la escuela una de esas organizaciones ridículas que toman los nombres y pretende reproducir artificialmente las funciones y estructura sociales de la nación o de la ciudad.

Es la escuela un grupo de niños y un maestro, instalados en el edificio necesario para su vida, y viven naturalmente, teniendo los niños en su gobierno la intervención de que son capaces, sin forzarlos ni hacerles copiar lo que no tiene aplicación a ellos.

Los padres, en el gobierno y organización de la escuela, en bastante tiempo aun, deberán limitarse a conocer. No puede dárseles más participación que esa: conocer la vida de la escuela, utilizar en beneficio propio los medios de cultura que ésta les brinda, aportar datos para mejor conocer a sus hijos, colaborar en casa en la educación de los mismos y, como ciudadanos, apoyar y procurar la protección del pueblo a la escuela.                     

”La escuela unitaria. Cómo funciona y cómo debe organizarse en los tiempos modernos”. Manuel Alonso Zapata. 1930.

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